jueves, 3 de mayo de 2012

El árbol de mi vida


Somos semillas lanzadas al vuelo, sin miedo, atraídas por la tierra como te atraen las cosas grandes y te engrandecen las cosas pequeñas, con la esperanza de caer en el momento y lugar preciso. Pero la vida tiene un caótico orden para las cosas más vulgares, así que momentos antes de caer un golpe de viento azotó una semilla que fue a parar muy cerca de ti pero entre rocas y noches desveladas. La pequeña semilla sentía miedo en aquel nuevo mundo todavía aun por descubrir, y fue creciendo lentamente, quizá con más agua que las demás, pero supongo que la necesaria, pues las rocas del suelo impedían que echara raíces fuertes. En la vida hay casos para todo, y bajo formas de nubes, canciones de guitarra y café, y cientos de cartas sin remitente, la semilla pudo germinar y salir adelante.
Siempre estuvo ahí, protegiendo esa semilla indefensa, ese árbol grande y magnifico, de orgulloso tronco, y tan alto que su copa rozaba los colores del cielo. Su vida era como su forma, sencilla, sin apariencias. Crecía sin necesitar nada, simplemente crecía, y cada año todos sus frutos resbalaban de entre sus ramas para que otro los pudiese aprovechar. No buscaba absolutamente nada para si, y eso en este mundo desconcierta tanto que te preguntas si alguna vez persiguió su propio sueño. A lo largo de su vida tuvo que soportar erguido y firme grandes e inmensas tormentas, pero a pesar de todo bajo su corteza de acero forjada de experiencias, seguía manteniendo a un inocente niño con ganas de vivir, y sobretodo con ganas de amar. El caso es que siempre permanecía ahí, en silencio, atento ante cualquier momento que le necesite, con una sombra tan vasta que ofrecía el abrigo perfecto para cualquiera. A pesar de su grandiosidad rezumaba paz y tranquilidad, y todo lo que crecía a su alrededor se embriagaba de ternura. Pocos temas hacían zozobrar su quietud, al principio el futbol, más adelante la política, y esto se agradecía porque daba muestras de su humanidad. Como cuando contemplas un hermoso estanque dorado y necesitas hacer botar una piedra sobre su superficie para demostrar que lo que ves no es un espejismo.      
Y la semilla creció asombrada bajo tu sombra, buscando su propia luz pero queriendo tocar el cielo como tú. De ti aprendí que las palabras sólo son bostezos, recuerdos olvidados, que no hay mejor forma para decir te amo que haciendo el amor, que no hay mejor forma de perdonar que olvidando, que no hay mejor forma de decir la verdad que callando. Son las acciones las que definen lo que eres, y los sentimientos, susurros que te indican qué debes hacer. Tú me enseñaste que ser hombre no significa ser duro, sino valiente, que la palabra rendirse no se ha inventado todavía. Me enseñaste que no hay mejor forma de llegar a lo más alto que siendo uno mismo, y que lo mejor de uno mismo, es lo que todavía desconocemos.
La semilla aunque quiera, jamás llegará a tu altura, y aunque no sepa parecerse a ti, y aunque quizás buscando lo mismo no lleguemos a comprendernos, mirará hacia el cielo, hacia tu copa, y con los ojos inundados de lágrimas y felicidad te callará agradecido, pues si llegó a crecer algo fue por tratar de alcanzarte, para ser grande y llenarte de orgullo. Gracias por estar ahí viejo árbol, porque creyendo apoyarte en mi, pude yo apoyarme en ti y salir adelante.  

SANTIAGO DE HEVIA

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