lunes, 11 de mayo de 2015

Aprendiendo a vivir





No hay mayor verdad que la que escuchas en el viento. Susurros que te trasladan a otros lugares, nuevos besos y nuevas paradas de autobús.

Y así crecí, callejeando despistado por mentiras cargadas de verdades. Mientras las lecciones del profesor y los sermones del párroco los domingos se disipaban como el eco que se aleja hacia el silencio, yo di mis primeros pasos con cantares, aprendiendo a soñar con un ojalá y recordando tus ojos de gata en el rompeolas que rompía nuestros cuerpos. Rabioso de celos de mi guitarra, fui sumiso cada vez que tú me estabas atrapando otra vez, y un diablo con el corazón tendido al sol que aguardaba temblando a robarte. Atarme las botas fue sencillo cuando supe que mi única salida sólo podía ser la huida, y no dudaría en perderme de nuevo en la carretera que lleva a morirme contigo.      

Mis primeras palabras fueron todos sus versos, mis aventuras sus melodías, y mi primer amor era una nueva en cada canción. Por eso, aunque hice esfuerzos sobrehumanos, no pude recordar los reyes godos, la geografía o las tablas de multiplicar, los libros ardían como cuchillos y las pizarras volaban como bandadas de gorriones atados, pues en ese momento mi mente tocaba la canción más hermosa del mundo.

Sus letras fueron modelando mi alma, mi propia voz y mis palabras. Y guiado por sus voces que enmudecían al mundo cuando más gritaba, me reconocí reviviendo cada historia. Con ellos aprendí a respirar aromas de ciudad, a reír por todo y a llorar por nada, a desgastarme los labios a besos, a olvidar sin dejar de recordarte, a robarle la suerte a la muerte, a bailar en los acantilados, a volar entre las sábanas, a sentirlo todo con una mirada, a gritar, a correr, a escribirte que con ellos...aprendí a vivir.


dedicado a mis Maestros sin título ni vocación, que nunca conocí.      





Santiago de Hevia

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