lunes, 18 de junio de 2012

Amores Imposibles



Inspirado en la canción “Amores Imposibles” de Ismael Serrano.






Como cada viernes de primavera, Miguel sale de su despacho de cómodos sillones y grandes ventanales, con una elegante americana oscura y el pelo cano perfectamente engominado de la mañana, a una calle abarrotada de gente. Su elegancia y porte le abren paso a través del tumulto, y atrae a sus casi cincuenta cumplidos, las miradas de jovencitas de veinte y treinta años, desvelando en las curtidas facciones de su rostro todo un hombre. Pero no hay juegos de miradas, en sus ojos se pierde el vacío entre ansias de libertad. Atravesando a menos de 40 ya en su clase E, serpientes interminables de luces y rugidos, llegará a su espléndida casa con un espléndido surtido de flores para su dócil esposa Ana. Después de una cena de excelente carne roja, vino tinto, y miradas que se esquivan, Miguel besará la frente de su mujer, le dará las gracias por la exquisita cena, y saldrá a caminar para tomar el aire. Saldrá de esa jaula que ahoga su alma, de ese escenario en el que ha tenido que actuar toda su vida, de esa ilusión y ese engaño que desde niño ha querido creer, y fumando un cigarro empezará a soñar dejando volar su imaginación. Aunque no quiera admitirlo, no puede renunciar y alejarse de lo que es, de quien es, ha tratado toda su vida luchar contra si mismo, contra sus sentimientos escondidos, contra su corazón olvidado, fingiendo por temor ser alguien que no es. Y como bien dijo, saldrá a tomar aire, saldrá de ese mundo aunque sea de sueños para respirar, para cruzar miradas con hombres apuestos, dejando libres en su cabeza los deseos clandestinos de probar esos labios, de sentir esa fuerza y esas manos.

Miguel sabe que no actuará jamás, como tampoco reveló a nadie su pasión, pero aunque lo intente le es imposible frenar sus deseos. Como tratando frenar con la mano una gigantesca ola de mar, soñará con héroes y soldados. Y en su alma crecerá la angustia de sentirse diferente, de sentirse impostor, de sentir que el amor que hace brillar este mundo no está hecho para él, que las hermosas historias de amantes, los nervios y las primeras noches, son para el resto. ¿Hay peor tortura, peor condena en esta vida que no poder amar? Y regresará abatido al cuento de las princesas y los príncipes, con la esperanza de que llegue el día en el que el mundo esté preparado.





Llegan los exámenes finales, las notas, el fin de 4º de ESO, el fin de una etapa, y un verano en las playas de Jávea donde Irene buscará cerrar una puerta para intentar abrir una ventana. Quizá ahora que se siente más fuerte, quizá ahora que se siente más valiente porque lleva tiempo sin verle, intentará olvidarle. Intentará olvidar aquellos dos años de presión en el pecho, ese fuego en la garganta, esas lágrimas y lágrimas que brotaban empapando la almohada entre miedos y brazos. Irene, ¿Recuerdas cómo empezó todo? Que tonterías digo, por supuesto que te acuerdas de cada detalle. Como olvidar el momento en el que tu hermano Pablo entró en casa con su nuevo amigo, se llamaba Nacho, pasó rápido mirando al suelo y sin decir nada, pero aquel muchacho de pelo enmarañado y barbita cruzó una mirada fugaz contigo, fue sólo un instante, pero bastó para robarte los sueños y el corazón. Tú no lo sabías, apenas eras una niña que estaba creciendo, algún chico te había parecido mono, pero lo que sentiste al verle fue algo totalmente diferente, tanto, que hizo que crecieses mucho más rápido, o al menos eso intentabas aparentar.

Tú soñabas cada día, cada hora, cada segundo, con volverle a ver, escribiendo su nombre en cada hoja de papel. Y aunque eras extremadamente vergonzosa e intentabas ser discreta, tu mirada se perdía en él, tratando de grabar a fuego su rostro para poder luego imaginarle. Tu aspecto al que antes apenas prestabas atención, comenzó a preocuparte, tratando de estar guapa, aunque lo eras, para conseguir que se fijase en ti. No sabías qué era exactamente lo que te hipnotizaba de él, su aspecto de chico malo, de rebelde, siempre con su casco de moto y su chupa de cuero, esa sensación de peligro, de que con él harías cosas que jamás habrías imaginado. Pero te sentías tan niña a su lado, que decidiste tirar todo lo que te recordase a la chiquilla que se escondía tras tus ojos, los peluches que tenías en la habitación, algún poster, los cuentos que habías releído infinidad de veces, el maletín de maquillaje con pinturas y purpurina que te habían regalado, y alguna cosa que ahora decías que era demasiado infantil. Querías crecer, parecer mayor, poder enamorarlo, aunque sabías que no sabrías que decir si te decía algo, ya que con sólo su mirada temblabas como un flan. ¿Recuerdas aquel día que estaban ellos jugando en el salón a uno de esos juegos de la play que no soportas? Te escondiste para poder hacerle una foto con el móvil, al principio te sentiste ridícula y tonta, pero cada noche tus deseos y tus besos se perdían en aquella pantalla.

Y los días fueron pasando como nubes en el cielo, sin dejar rastro. A pesar de tu evidente cambio, a pesar de tus sonrisas imposibles de disimular, de tus paseos por toda la casa para cruzarte con él, no lograste hacer que fuese a rescatarte. Y fue cayendo tu corazón hecho pedazos en ese vacío en el que apenas te queda aliento, en todas esas preguntas sin respuesta, respuestas que no quieres escuchar, en ese amor lleno de odio. ¿Por qué apareciste en mi vida? ¡Márchate!, déjame ser niña otra vez. Te decías tratando de expulsar y recordar a la vez su imagen de tus pensamientos. Ahora tratarás de secar tus lágrimas, volver a reír, y en la espuma del tiempo se desharán los sueños que fuiste hilvanando hace dos años. Tranquila Irene, volverás a amar de nuevo, otro clavo aparecerá.






Alejado de gigantes de hormigón erguidos sobre asfalto, de calles embrumadas, de gritos ahogados y huellas de alquitrán, se halla al sur el pequeño pueblo Villa Esperanza, donde la vida sigue siendo algo que ha de vivirse, ha de soñarse, y por supuesto algo que se ha de ganar. Aquí sobra el tiempo, se regala en sobres los domingos en la Iglesia, pero no hay momentos para la rutina. Al menos lo que entendemos por rutina los de ciudad, porque en la Villa es todo rutina, pero de la buena. Está científicamente probado que el aire puro multiplica los sueños y te hace sonreír más. Y hace apenas dos semanas uno de esos sueños comenzó a brillar como una estrella de colores, como un parque de atracciones, la guarida de huríes desnudas venidas de cien mundos abría sus puertas bajo un rótulo que decía: FANTASYA

El muchacho se llamaba Julián, el hijo de Severino y la Mini, trabajaba como electricista y vivía en una pequeña habitación de un garaje que estaba bajo la casa de sus padres. Tenía pendiente desde hace años mudarse a un piso propio y más grande, pero nada le movía para hacerlo. Como cada viernes por la noche, Julián y su viejo amigo Alejandro, acudían a las 11 a la casa del señor X, para echar unas partidas de póker, junto con otros señores presos del juego. Claro que para los muchachos no era vicio, sino un simple juego al que apenas apostaban tres mil pesetas, mientras vaciaban el bar a base de whiskys y ginebra. Solían ganar muy poco o perderlo todo, pero aquella noche cambió su suerte, y la vida de Julián. Comenzó la partida, ambos cautos y sin prisas, esperaban a que les llegase una buena mano. Fueron apostando poco, perdiendo poco, pasando. Julián empezó a impacientarse porque no le entraba nada, hasta que por fin llegó una mano con la que se podía recuperar, QQ, con un flop de 3, 7, 4. No decidió arriesgarse hasta que apareció la siguiente Q. En la mesa quedaban sólo tres jugadores, el resto se había retirado, subieron de nuevo, Julián tuvo que ir con lo que le quedaba, pero en el river un inesperado 3 de corazones apareció sobre la mesa. Cómo podría adivinar que uno de ellos escondía en su mano la otra pareja de treses. Julián dejó la mesa, pero Alejandro continuó la partida. Y tras varias manos y más copas, le entró una escalerita de color que desplumó a un AAA, y un full JJJQQ. Había que celebrarlo, así que abandonaron la mesa ebrios de entusiasmo y alcohol con su montaña de fichas, que cambiaron rápidamente, y salieron con Paco a sentirse reyes.

Caminando a ritmo de rock, un rótulo de neón iluminó sus sombras. Se quedaron aturdidos mirando aquellos colores, como poetas cuando miran el mar. ¡Hay que celebrarlo!, Os invito. Clamó extasiado Alejandro. Paco entró en un suspiro. Julián, se lo pensó, pero Alejandro le tomó del hombro, y ambos entraron decididos. Dentro del Fantasya, las paredes refulgían en tonos violáceos y fucsias, avanzaron por el pegajoso suelo pero antes de llegar a la barra, tres despampanantes reinas les asaltaron. Ellos se sintieron los hombres más afortunados, cayendo en seguida en la red de araña, apunto de ser devorados por ellas. Se sentaron en la barra con la cerveza, y embelesados por aquellos perfumes y seducidos por aquellos cuerpos, fueron comprobando que eran reales. De pronto, apareció ella tras unas cortinas caminando como nadie había caminado antes, nadando como un delfín en el mar, casi bailando. Vestía un precioso mágico vestido rojo que dejaba ver unas piernas firmes y ligeras, y sonreía con una gracia que sólo un dios pudo haber dibujado. Julián cortó la conversación con su silencio, soltó a la chica de sus brazos, y se quedó mirando y admirando aquel ángel. No podía creer que un garito como ese podía esconder tal criatura, tan perfecta en cada ángulo. Ella se acercó, se llamaba Iris. Era tan natural, su bronceada piel, sus grandes ojos negros, como una perla salvaje descubierta en lo profundo de la selva. Realmente era la mujer más hermosa que jamás había visto, dulce en cada movimiento y cada palabra. Julián pidió una copa para ella, se miraron a los ojos y hablaron en profundidad, no hubo engaños, él quería saber todo de ella, y ella sintió que por primera vez no buscaban su cuerpo, sino su alma. Hablaron de cómo eran de niños, de su familia, de qué le habría gustado hacer en la vida y de cómo acabó dedicándose a esto. Se acariciaron, se sintieron, se desearon en silencio. Ella le confesó que su verdadero nombre era Gimena, y a él le pareció que era mucho más bonito que el anterior. A Julián no le entraba en la cabeza como una chica que podía conseguirlo todo, terminaba arrodillada ante cualquier hombre, y se propuso raptar a su amante.

Fue por las noches a visitarla, como cada domingo, aseado y puntual, se reían, buceaban en sus pupilas, se encontraban. Por las mañanas ella dormía para recuperar las horas de su trabajo de noche, y como acababa de llegar de Argentina, apenas había tenido tiempo para conocer a nadie, así que le agradó la relación que tenía con Julián. Además le confesó que era su cliente más interesante, ya que los otros solían sacarle diez o veinte años más. Él, enamorado, la abraza y desnuda sus miedos.

Vámonos lejos, te amo, quiero que seas sólo mía.
¿Adónde? Preguntó ella.
Donde tú quieras mi amor.
No puedo. Contestó. ¿Y mi trabajo?
Déjalo, encontraremos algo mejor.
No puedo.
Pero yo te quiero. Declaró Julián.
Es mi trabajo. Sentenció ella.




Miran al cielo y piden un deseo… ¡contigo, la noche más bella!
Amores imposibles, que escriben en canciones, el trazo de una estrella.
Cartas que nunca se envían, botellas que brillan en el mar del olvido.
Nunca dejes de buscarme la excusa más cobarde es culpar al destino.


SANTIAGO DE HEVIA

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