viernes, 28 de noviembre de 2014

más que palabras



Estuvo sentado en la playa todo el día. Pasaban las horas, los aviones, las olas, y él seguía sin comprender por qué permanecía aquí. Era un día de esos en los que necesitas pensar y no puedes pensar nada, como cuando intentas olvidarla y a cada rato te recuerdas que la tienes que olvidar, o como cuando te haces las mismas promesas cada año nuevo. La incertidumbre y el tiempo siempre han sido buenos amigos. Él sentía nostalgia por un mundo al que no pertenecía, un mundo que era terriblemente hermoso, un mundo de poemas y libros donde su espíritu se refugiaba en cada página y en cada verso.

Cada noche vivía un nuevo cuento, se dejaba llevar por la magia de las palabras, y su mente podía enamorarse de aquel sueño. Los personajes eran tan perfectos que las personas parecían espectros sin alma, como quien ve por la calle millones de golondrinas emigrar al norte. Los árboles eran más verdes, el agua más clara, los besos más sinceros, el cielo más azul. No había nada que pudiese superarse a la imaginación. Como por la calle necesitas pisar realmente el suelo, según dicen, había encontrado la forma de evadirse a través de canciones, historias acompañadas por melodías apasionadas que la acarician y las hacen jodidamente perfectas.

El problema aparecía cuando cerraba el capítulo y se enfrentaba con su yo físico, era incapaz de entender qué estaba sucediendo a su alrededor, los telediarios le asustaban, las miradas en las aceras se llenaban de odio, los charcos habían perdido su reflejo. No se reconocía parte de ese mundo, estaba perdido, se sentía un intruso que finge para no ser descubierto. Pero en el fondo de su corazón él sabía la verdad, no había nada en la vida que consiguiera despertar su interés. La televisión le resultaba repulsiva, tantos muñecos aparentando y mancillando la condición humana. Las mujeres jugando a un juego de intereses le parecían previsibles. Las discotecas infestadas de cristales rotos, vómitos y lágrimas, le producían vértigo. Mientras su cuerpo huía de sombras que creen haber perdido su dignidad, su mente sólo podía pensar en volver para empezar el siguiente capítulo. Y mas que una adicción, se convirtió en pura supervivencia.

Quizá no sólo le fascinaba la vida que transcurre en las historias, quizá era la falta de vida lo que le hacía escapar a un mundo de ideas. Quizá vivir el sueño era más interesante que lo que el mundo podía ofrecerle. Como cuando sientes frío piensas en calor, quizá había tanta soledad en el mundo que sólo podía sentirse comprendido entre las páginas de su vida. Y el muchacho sentado en la playa, mientras pasaban las horas, los aviones, y las olas, siguió sin comprender por qué permanecía aquí. 
 

Santiago de Hevia



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