jueves, 17 de septiembre de 2015

Refugiado




Entre muros de miradas al infinito y silencio creció en el olvido, en una tierra no muy lejana, tan igual, que el tacto de la arena llena de escombros calienta la palma de tus manos. Con el rostro embarrado y una sonrisa vacía de sentido casi como una mueca, camina en busca de su pasado, de sus recuerdos que se desvanecieron con sus sueños y su voz. Miles de corazones partidos revuelven los patios de recreo, mientras las risas adolescentes se escapan de su imaginación, levantan losas que siempre cargaran en la memoria. Los primeros besos, las peleas, algunos juegos de infancia. Parece que haya pasado una eternidad.

Hubo un tiempo en el que veías a los verdecillos sobrevolar un cielo azul, un azul intenso que les hacía cantar. El gris les ha empujado a emigrar hacia el Sur antes de que el humo les consuma su melodía y de lágrimas sus ojos. ¿Quién pudiese tener alas y volar lejos de aquí? Otra tierra, otro mar, la oportunidad de sonreír una vez más. No. No es el miedo a las explosiones ni los gritos desgarrando el alma, no es el aire de ceniza ni el llanto ahogado de haberte perdido. No es el deseo de un nuevo hogar, simplemente es querer que todo sea como antes. Sería tan bonito poder volver y detener el tiempo antes de que el mundo se vuelva loco. Y su mirada se ensombrece al comprender que la vida no vuelve, que en su hogar ahora sólo quedan ruinas que se convertirán en polvo, y el recuerdo en pesadillas. Y con los dientes y los puños apretados, echa a andar en busca del olvido.

Anda desde cada rincón del planeta, pues es hijo de todos, refugiándose de la mirada morbosa del terror, como si fuese un extraño, un intruso que contempla un horizonte lleno de fronteras, de muros de incomprensión. El silencio invade todo lo que se aleje de sensacionalismos, y sus huellas se desvanecen sin dejar rastro, frágiles ya demasiado tiempo pero firmes en el mañana, guiadas por una única voluntad, encontrarte de nuevo.


Ojalá la tormenta se disipe de tus ojos, un día mires al cielo y sonrías de nuevo. Jamás podré comprender qué llevas dentro, qué te angustia, pero déjame caminar contigo, no pararemos hasta olvidar. 
   
                   
                                









SANTIAGO DE HEVIA

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