domingo, 19 de abril de 2015

violentamente dulce




Sólo me hace falta una mirada para desnudarte, sin palabras, sin sueños, sin recuerdos. Una mirada directa y profunda, que intimide y te haga sentir acorralada, invadida por la sensación de que existe un abismo tras nosotros. Y a milímetros de ti se expande el universo reducido a deseo. No hay más elección que la vida o la muerte, Sentir forzando los límites de nuestra existencia.

Te ansío con tanto ímpetu, que el término ley, mandamiento o moral carece de sentido. Has despertado lo más salvaje y lo más auténtico que hay en mí, mi verdadero yo, sin apellidos, ni etiquetas, ni creencias. Un ser libre donde mi único sentido en la vida es hacerte mía en este preciso momento hasta morir.

Te miro como quien mira el océano por primera vez, fascinado por su violenta belleza, dispuesto a poseerte sin fondo. Y deteniéndome unos segundos para admirarte sin rozarte, robo el aliento que despierta mi locura. Puedo escuchar tus latidos, los veo palpitar en la carótida con un ritmo cada vez más acelerado. Presientes que está a punto de suceder, como la calma vaticina la tempestad.

Tu pelo suelto resbalando como el velamen de un navío hasta los hombros del pecado, más allá tus brazos, delicados pero firmes, tu vestido contoneándose y jugando en cada pliegue con mi cordura, tus piernas más sinceras que la palabra Verdad y más hermosas que cualquier idioma o pensamiento.

Estás tan cerca que ya puedo saborearte, tus ojos se llenan de miedo y queriendo descubrir despiertan a la vida, y tus labios se entreabren invitándome a probar del fruto más dulce y más prohibido que nunca.

Sin duda este instante se convierte en el momento más perfecto de toda la creación, porque sentirte sin tenerte aumenta mi deseo en todas sus dimensiones, pero mi sed de ti no tiene límites para saciarse. Aparto el pelo de tus ojos, y la piel de mis dedos entra en contacto con una mejilla sonrojada que arde como la brasa de una hoguera, y comprendo que no hay vuelta atrás.

Como un lobo se lanzaría contra su presa, me abalanzaría sobre ti dispuesto a devorar cada beso de tus labios. Arrinconándote para que no haya más salida que dejarse llevar por el deseo, y el nuestro sería tal, que nuestros besos se volverían mordiscos, y sangre nuestra saliva. Sin que importen el mañana o el ayer, rasgaría nuestros miedos y dudas, y sin nada que esconder me sumergiría embriagado por el aroma que desprende tu piel, intentando tragarme todo tu cuerpo, toda tu alma, todo tu ser.

Pero esta noche la delicadeza y la decencia no estarán invitadas, donde apenas el amor se confunde con el dolor, en una desenfrenada pérdida de control trataremos de rompernos por fuera, de despellejarnos la piel para poder llegar más dentro de nosotros mismos. Nos arrollaremos con la fuerza de las olas que azotan el espigón. Y buscando complacer cada poro, cada recoveco de tu piel, me perderé en toda tu superficie, surcando toda tu curvatura haré que mis labios te estremezcan, mientras tú arrancas las estrellas del firmamento.

El sudor se precipita como una lluvia tropical, haciéndote más hermosa todavía, los músculos se contraen intentando escapar por las heridas para abrazarse, y cuando los gritos hayan roto los cristales del edificio, volaremos por la ventana lejos de aquí, quizá a otro planeta, quizá a otra playa, quizá a cuando nos volvamos a mirar.  



Ahora duermes con la sensación de haber salvado tu vida de este mundo, y al mundo de la muerte. Y en parte lo has hecho.


Santiago de Hevia

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