viernes, 1 de febrero de 2013

Esclavo de la cima



Los nervios comienzan a florecer, los deseos de rozar tu piel desnuda, virgen, las ansias por verte, quizás con otro rostro, quizás en otro lugar, quizás con diferente perfume, pero siempre Tú. Un “take me home” de John Denver acompaña nuestra desesperada huida, porque las huidas no pueden ser de otra manera, y con las ventanillas bajadas hasta las rodillas respiro la brisa fresca, sincera, rejuveneciendo entre miles de sueños que inspiro a cada bocanada.

Me despierto rompiendo el silencio más sobrecogedor de la tierra, cobijado en mi saco como una oruga en su capullo, saco la cabeza de la tienda para que el frío venza al sueño. Como todo buen conquistador, desayuno, reviso todo el equipo, me ajusto bien las botas, y echo a andar entre la vasta noche guiado únicamente por la luz de la frontal que dibuja hermosas sombras siniestras que nos saludan y nos despejan el camino. El cielo comienza a teñirse de rosas anaranjados, y algunas aves despiertan con el crujir de los crampones hundiéndose en la nieve. Una estela de huellas cargadas de preocupaciones se pierde en la ladera, y avanzo lentamente con las piernas tan cargadas como la mochila hacia la absolución de mis pecados.

Eres mi amante en este amanecer, déjame poseerte y aprender que no puedo comprenderte, que tal vez seas mi liberación o mi condena, que quizá me ames tanto como yo te amo y me fundas en un gélido abrazo. Mientras te vas despertando hundo mi piolet para abrir tus piernas, y me arrodillo ante el confesionario. Ave María purísima, susurro, y sentado en el collado de tu mirada me abandono a ti, contemplando tu grandiosidad con lágrimas de hielo en los ojos, cada línea de tu figura, cada brecha en tu cuerpo, cada arista, y me tumbo cansado como el hombre exhausto que aprende a amar, recuperando las fuerzas para volver a atacar y componer un momento inolvidable.

Sigo avanzando, contemplado de reojo la tentación de tu piel desnuda pero evitando la distracción, los cánticos asesinos de hermosas sirenas, y repitiéndome de paso seguro a paso seguro como si fuese una oración. Mis ojos acarician la cima y mi aliento les persigue escapando de un cuerpo encordado a una libertad enjaulada, que ansía dejarse llevar por el viento intenso y flotar hasta perderse en el horizonte. Cuando conquistas la cima, el dolor y el cansancio se desvanecen, y extasiado gritas al cielo para descargar tanta adrenalina. Te sientes tan grande y tan insignificante a la vez, con el alma henchida de orgullo y el lánguido cuerpo deshecho en aquella panorámica tan espectacular, sin dejar que la mente se pierda entre la euforia y siga en alerta para el descenso.

Conteniendo la respiración unos instantes por no romper el silencio, escucho la palabra de Dios, su perdón, y admiro maravillado el mundo desde sus ojos, alejado de cárceles de oro, de libros cubiertos de polvo, de estatuas manchadas de sangre y culpabilidad, y comprendo que no existe un lugar mejor en el mundo para creer.     


SANTIAGO DE HEVIA

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