lunes, 26 de febrero de 2018

E~Yo~S




Yo soy ellos, estoy en ellos. El mismo miedo, la misma ingenuidad, los mismos crímenes…

Yo estoy en la piel cuarteada del anciano que tuvo una vida de guerrero; que luchó y se partió el pecho por los suyos, y ahora siente la soledad más cruda y helada.

Soy los pies del refugiado, del peregrino a quien se le arrebató de cuajo el mañana, sin preguntar; perdiendo sin siquiera apostar.

Estoy en las venas del yonki que sólo encuentra desprecio en las aceras, que trató de escapar de un mundo vacío y falso, y sucumbió a la rabia y la incomprensión.

Soy las heridas de la mujer maltratada que calla por vergüenza; que se pregunta frente al espejo por qué ella, sintiéndose culpable y atrapada al mismo tiempo.

Estoy en las piernas de la puta de la esquina que soñó de niña ser princesa; atravesada por la mirada más sucia del hombre, soporta con repugnancia babas que laceran la piel mientras imagina un mundo lejos de aquí.     

Soy la espalda del pequeño que sufre el acoso de los inseguros, donde la superioridad se confunde con la humillación. Ese niño que acaba despreciándose y admirando a otro, ahogando su confianza en las risas del silencio.

Soy las manos impulsivas y temblorosas del chico que descubre el amor en otro chico, pero reprime sus sentimientos callando su corazón por miedo a deshonrar o traicionar a un padre. 

Estoy en la ausencia de la que se sabe engañada y se abraza a la almohada enjugando sus lágrimas. Él, embriagado de aire fresco, busca sentir aquello de nuevo; y ella, aún enamorada, sufre sintiéndose cobarde, incapaz de perderle. 

Soy la duda del sacerdote conmovido que renuncia a sí mismo por un mensaje de amor, en un mundo donde esa palabra parece tan extraña, tan irreal. Y ese tormento, esa angustia interior dará sentido a su fe.

Estoy en la mirada de todos aquellos que llaman menos-válidos, porque sin poder pestañear y sin necesidad de discursos, son los únicos capaces de transmitir una sinceridad hermosamente desgarradora. 

Soy el rostro congelado y sucio del príncipe vagabundo, abatido en su palacio de cartón, intentando rescatar recuerdos de un pasado confuso. ¿Quién fui? ¿Qué fue de ella? ¿Alguien me recordará? Preguntas que desaparecen tras la neblina que cierra sus ojos.    

Por todos Ellos, yo existo.
Olvidadles… y yo habré muerto.


SANTIAGO DE HEVIA

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