domingo, 18 de enero de 2015

La calle del olvido



Es la calle más triste de toda la ciudad, llena de zapaterías y canciones rotas. Por eso escogió ese rincón, como hace todo hombre que se precie, para olvidar. Para guarecerse de miradas y sonrisas, para morir lentamente sin recuerdos, un lugar donde a cualquier hora del día encuentre sombra, silencio y frío. Su reloj se detuvo cuando sucedió, su corazón dejó de latir, su alma se apagó, y ahora sobrevive sin vida, sin palabras ni sueños. Y con la pena inundando cada bocanada de aire, cada pensamiento, partió hacia ninguna parte.

Caminó hasta caer por derribo, con los ojos ya vacíos de lágrimas y con la nostalgia de haber tenido todo y haber amado tanto. La soledad sin uno mismo es despiadada, y devoró lo poco que quedaba de él. Y respirando casi por casualidad, su cuerpo se fue alimentando de monedas que caen despistadas de fantasmas sin tiempo ni voz. Inadvertido se fue consumiendo como la vela de un sagrario, y aunque ya no podía perder nada, cada noche tiritaba de miedo, donde hasta las frágiles estrellas y la suave brisa lo despellejaban dejando sólo su aliento quebrado.
Hoy hace ya tres años de eso.

Ahora le vemos todos los días sentado en el mismo rincón de siempre, con el pelo oxidado y la sonrisa despeinada. Pero hay algo diferente, como si el aire se pudiese respirar. El abismo de su mirada se ha estrechado, quizá la herida se esté cicatrizando, y aunque el olvido le arrancó de cuajo el presente, siempre hay recovecos para nuevos recuerdos, nuevos amaneceres. Una joven con aspecto de paloma y experta en caminar, ahora cruza cada día por la calle más triste de toda la ciudad dejando una estela de espejismos, de jóvenes ilusiones aprendiendo a volar. Y cada día él soñará con verla, bailando sobre la acera con el vestido de colores a juego con el brillo de sus ojos. Le desnudará las manos y las abrazará con sus labios como si fuese la única forma de sobrevivir. Y recuperando las lágrimas que había perdido, llorará por ella, agradecido por poder volver a sentir.   

De cada periódico emergerán versos, de cada cartón historias de amor, y del reflejo de una mirada que se cruza, un incendio capaz de abrasar vivo a cualquiera.   



Santiago de Hevia

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