miércoles, 25 de julio de 2012

Temblando




Éramos la pareja más envidiada de la tierra. Ella, tan hermosa como una estrella fugaz, con su castaña melena larga que flota embriagando el viento, sus ojos escondiendo la bondad del mundo hecha un ovillo en un reflejo, y la pureza de unos labios tan sagrados que besarla era  como rezar una oración. Él, muchacho despistado y soñador, que quiere ser libre como aquel velero que cruza el mar, torpe con las palabras y cazador de buenos momentos. Se conocieron en una canción, y bajo un extraño destino sigiloso y sin avisar, sus miradas se encontraron. Fue una noche de agosto, en una playa conocida de un pueblo conocido, pero aun siendo la misma luz del mismo faro, todo parecía diferente.    
        
Juntos comenzamos la aventura de descubrirlo todo de nuevo, aprendiendo a volar, aprendiendo a llorar, aprendiendo a bailar, a reír, jugar, hasta aprendiendo a necesitarnos. Estando a su lado volvía a ser niño de nuevo, volvía a creer, sintiendo los sentidos con una inocencia que se expandía en una explosión de luz. Cada día, un nuevo sueño, entre cuevas, molinos y oleajes, entre montañas desnudas, piscinas robadas, acantilados y amaneceres, se escribía nuestra historia. Recuerdo las noches escalando a su ventana para robarle un beso, las locuras de los viajes y los planes que vendrían, los abrazos perdiéndonos en el tiempo. Era algo tan jodidamente perfecto, que nunca pensé que esa luz se desvanecería. Pero como dijo Joaquín, la suerte es sólo la muerte con una letra cambiada.

El día comenzó a cerrarse y algunas gotas comenzaron a caer, tuvimos que alejarnos y  guarecernos hasta que amainara la tormenta, pero aunque la niebla no nos dejase ver, todavía sentía tu voz y escuchaba tu corazón. Saldremos de esta, la lluvia cesará y el sol volverá a brillar con fuerza, volveremos a estar juntos, te decía, sólo hay que aguantar. Aunque la lluvia siguió ahogando nuestros sueños, estaba convencido que no había nada en el mundo capaz de acabar con nosotros. Estábamos destinados a estar juntos, todo pasaría de largo, y podríamos comernos el mundo. La lluvia no cesaba, tu voz que acompañaba mi soledad pudo iluminar el cielo, pero mis gritos que te iban guiando se ahogaron un instante, y sentí tu voz alejarse hasta el silencio. Presa del pánico, intenté gritar con más fuerza, tratando de escapar de una pesadilla que me perseguía, pero ya era demasiado tarde, cuando sentí de nuevo tu voz, era diferente, en ese instante sentí que te había perdido. Cuando los cielos comenzaron a clarear, ordenaste palabras para no hacerme tanto daño, y con cuidado dijiste lo que más temía mi corazón… he conocido a un chico.

Y abrazado a una almohada empapada de dudas y preguntas sin respuesta, imploro que no sea verdad, que me despierte de ese sueño asfixiante, luchando por llegar a la superficie en cada bocanada de aire, esperando algún atisbo de luz en aquella profunda oscuridad, intentando comprender cómo habíamos llegado a esto. Perdí el control, y busqué respuestas que sabía que sólo me harían más daño, que por algún extraño motivo necesitaba conocer. Me acurruqué temblando y odiando la vida, odiando haber soñado, haber sentido, y entre lágrimas ardiendo comprendí que el amor no es suficiente.

SANTIAGO DE HEVIA



No hay comentarios:

Publicar un comentario