miércoles, 17 de octubre de 2012

callejeando el olvido


La noche se tiñe de colores y desaparece la oscuridad, el silencio. Cómo echo de menos el silencio, los árboles cubriendo estrellas dormidas y mi respiración alzándose como una montaña perdida, colmando de ausencia este vacío.
Araño el frío asfalto sin vida, recorriendo calles de escritores de una gran ciudad desconocida, ríos de coches, escaparates, y humo, giran sobre si mismos gritando de vértigo. ¿Dónde están todos? ¿Hay alguien ahí? Nunca he sentido una soledad tan grande, ni tan inquietante como en estas calles infestadas de gente. El horizonte se pierde en una boca de metro, y como en un laberinto avanzo inquieto y me asaltan en cada esquina sonidos de móviles que imitan gorjeos de aves que supieron emigrar, árboles tatuados, cajas registradoras que enjaulan corazones, y recuerdo aquella canción que callaba un triste soñador…¡todo es distinto!
En un charco sin reflejo contemplo unos ojos asustados, y sigo tropezando adelante, hundiendo mis pezuñas y mis ansias de libertad, con el lamento de no haber aprendido a volar con el cuerpo. Volaría por encima de las nubes que nublan mis ojos, dejando atrás los gigantes de hierro y hormigón que engullen esperanzas, hacia el gran silencio. Qué bella laguna con olor a tierra virgen y aire sin viciar, pura como la salvia de un brote despertando, transparente como el rocío resbalando por su cuerpo, sincera como una onda que se repite y se pierde en el infinito.
El olor a orín de portales sin besos me devuelve de nuevo a la tierra, o a lo que ellos llaman tierra y apenas reconozco. Trato de escapar de aquella vorágine pero la calle y los cruces se han comido el suelo y resbalo repitiendo una y otra vez la misma pesadilla, el mismo señor durmiendo entre cartones, las mismas adolescentes que ríen descalzas y sus ojos lloran el sueño olvidado de ser princesas, la cabeza del joven metida entre dos coches vomitando un desengaño mezclado con ron. Comienza a llover, esquivo cristales rotos, plásticos abandonados, y lanzo un aullido de socorro ahogándome en la tristeza. ¿Podrá alguien escucharme con tanto ruido? ¿Podrán salvarme de las garras de estos gigantes? Entre estos fríos muros lo único que es real son los sueños que no dejo escapar, y si me encadenan cesará mi aliento pero jamás reconoceré este mundo creado parte de mi. Todo es creado, nada es real, ahora sólo podemos imaginar recuerdos que jamás sucedieron, y soñar que un día se destruya todo y volvamos a renacer de nuevo.
Oh diosa madre, ¿hacia donde estamos yendo? ¿qué futuro nos espera? ¿sigues ahí?


SANTIAGO DE HEVIA

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